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La gente vive en arquitectura, siempre. Incluso en una isla virgen, necesitaría arquitectura.
Los arquitectos del siglo XX estuvieron muy interesados en la arquitectura como idea y como técnica, dejando de lado el empirismo y lo fenomenológico. Proyectan para la mente, no para el cuerpo. La "buena arquitecura" se decide mediante procesos comparativos y deductivos, pero casi nunca empíricos. Los arquitectos discriminados como malos, en cambio, trabajan pensando exclusivamente en lo actual, en lo verificado. Escuchan los razonamientos de la gente.
La gente no escucha a los arquitectos de firma autorial: para ella, las casas han de funcionar en armonía con su cuerpo, no con su mente. La Arquitectura, en mayúsculas, es algo que la gente sólo concibe para entretener sus viajes turísticos, nunca como hábitat. Es una opción muy sabia, sensata y racional: la cultura arquitectónica se construye sobre el delirio idealista.
Bourdieu dice: el Buen Gusto en arquitectura es una forma de discriminación social de clase.