Darwin, Hegel y Chanel: el mundo como pasarela

¿Qué está de moda en estos momentos? Lo ignoro: hace ya bastante tiempo que me mantengo al margen de las tendencias. Ojito, no lo digo como la típica autoreivindicación del cenizo y obsoleto guardián de las esencias progre, sino todo lo contrario. Es más, como fenómeno cultural el asunto de estar y pasar de moda me parece interesantísimo, y el único verdaderamente paradigmático de la era capitalista. Supongo que a un jevilondio, un panki, un jipi o un esquínjed les resultaría deshonroso e insultante sentirse vinculado a algo tan convencional y burgués como las cosas de moda, pero los indies de nuestra generación superamos sin problemas esos prejuicios: muchos leíamos el NEO2 además del Rockdelux, distinguíamos una foto de Meisel de otra de Nick Night, y salíamos de copas intentando imitar las últimas follies londinenses, sin que nadie se rasgase las vestiduras morales. A título personal confieso que me bajé del carro de las tendencias cuando empecé a sentirme ridículo con ciertos atuendos, y cuando ese hobby empezó a volverse demasiado caro, rápido y finalmente ajeno a mis inquietudes de este momento. Además, llega un momento en el que seguir servilmente el cauce de lo cool termina por resultar incompatible con una subjetividad auténticamente individual, con lo de bueno y malo que ello implica. Pero sigo pensando las tendencias son un fenómeno jugosísimo: digamos a lo Roland Barthes que ahora me interesa más desde la óptica del Studium que de la del Punctum.
Me explico: la moda, con sus infinitas y yuxtapuestas mutaciones espontáneas, legisladas por parámetros muy complejos, termina por generar un hábitat efervescente en regeneración contínua, explicable en términos darwinistas: pequeñas y sucesivas alteraciones genéticas en cuyos fortuitos hallazgos se va produciendo una criba social de lo que está llamado a perdurar y lo que no. El bikini, la minifalda, el mp3 o el Red Bull fueron en su día flor de un día, flavour of the week, pero el tiempo ha demostrado que eran inventos llamados a perdurar. El minidisc, los Bang-bang de dos sabores, los Power Rangers o la lambada sin embargo duraron apenas dos telediarios. “El origen de las especies”, "La selección natural" y todo eso, pero adaptado a la maquinaria estructural del capitalismo kleenex.

Mareando la perdiz, podemos contar la historia del mundo en términos de revista trendy, porque en el fondo todo es tendencia. Pongo un ejemplo de antropología urbana: los videoclubs, las salas de videojuegos o los gimnasios de Batuka invadieron las ciudades durante temporadas muy concretas, hasta que distintos factores (sociales, de obsolencia técnica, macroeconómicos, culturales, etc.) les dieron el finiquito. Exactamente lo mismo que pasó en su día (y hablando ya de Gran Historia) con la industria textil española, el grano de Argentina, la monarquía en Francia o el terrorismo en Italia: uno puede desgranar los motivos de sus óbitos, pero en realidad puede resumirse en que fueron fenómenos que pasaron de moda. Franco está demodé. Nietzsche está de revival. Koolhaas es cool. Paco Rabal recitando a Miguel Hernández está passé. Matrix es un outlet de Baudrillard. Y así, hasta Atapuerca.
El recelo contra el concepto moda es un prejuicio de la ilustración y la modernidad, pero como post-chico del siglo XXI y habiendo asumido felizmente la muerte de todas las certezas, me parece el único modo posible de interpretar el mundo. Alguien escribirá, antes o después, un tratado de ontología desde la óptica de las revistas de tendencias. Sería muy chic. A fín de cuentas, el planeta tierra no es más que un enorme catwalk por el que van desfilando reyes, científicos, guerras e ídolos como si de una colección de Chanel se tratase: antaño las propuestas duraban literalmente siglos, ahora se renuevan bianualmente. Es un cambio cuantitativo, pero no tanto cualitativo.
De hecho, si alguien se piensa que la filosofía, la física o la medicina están al margen de esta dinámica, se llevaría una sorpresa si se decidiese a investigar los procesos que rigen dichas disciplinas. La historia del pensamiento es una enorme industria de producción de hypes, horteradas y revivals de todo tipo, en la que en cada período hay corrientes que son lo más fashion, otras se consideran vulgarmente populacheras, alguna otra es houte couture (siempre aparece un filósofo-Zara para democratizar las ideas) y los ciclos estacionarios se suceden exactamente igual que las pasarelas de Milán. Hay un libro (que no he leído) que al parecer cuenta las desventuras de los filósofos franceses más mediáticos en función de su status de moda en las universidades yankys. Con sus libros pasa como con las zapas Nike o el smash hit del momento: lo descubres, lo devoras, lo desechas, y para tu intrahistoria queda siempre un poso, un aroma. Nada más. En ese sentido, quizás sean lo mismo “La arqueología del saber” de Fuckault y el nuevo show de Lady Gaga: el hecho de que sean fenómenos efímeros no los convierte en menos interesantes.

Si la modas no fuesen tan rápidas, aleatorias y huracanadas, uno podría aplicar la dialéctica Hegeliana de tesis-antítesis-síntesis para explicar lo trendy. Pero mola más dar la vuelta a la tortilla: lo que hizo el filósofo alemán fue interpretar la historia del mundo como una sucesión de modas. El problema es que hay algunas disciplinas demasiado lentas en la producción de coolness si las comparamos con la velocidad de crucero de la tecnología, el cine o el textil. Por ejemplo, la arquitectura: ¿imagináis que las ciudades mutasen con la velocidad de las listas del Pitchfork? ¿Qué las fachadas pudiesen adaptarse a las tendencias de las temporadas de primavera, verano, otoño e invierno? ¡Sería fantástico! Podríamos ir conjuntados con los colores de moda en los edificios, porque además el espacio público es, de siempre, una descomunal y efervescente pasarela. Y por supuesto, como arquitecto os digo que la historia de la estética arquitectónica es ni más ni menos que una fenomenal concatenación de tendencias, que pasan de lo chic a lo demode tal cual lo hacen los bolsos o el rimmel. Pero con mucho discursete ideológico por debajo.
Me pongo enfermo cada vez que alguien suelta una subnormalidad PRISA del tipo “me gusta el cine clásico, atemporal” o “ese cantante es pura moda, sin importancia”, típicas del poseur de clase media que no comprende el mundo en el que vive. Y es que esto que os cuento no es nada nuevo, porque no es más que una traducción al pop del pensamiento posmoderno. Y eso, hasta nuevo aviso, es lo más hot: cuando pase de moda, cambiaré de opinión. ¿¿Quién quiere estar demodé??