sábado, 14 de noviembre de 2009

google search: "Bowie en Berlín"





eingefrorenes herz______ 5 steps to European Grey

1. Metrópolis y Cabarets
Cuando en 1930 Josef Von Sternberg dirigió "El ángel azul" cristalizó en un film una nueva forma de ver la vida en la ciudad que llevaba ya tiempo en el inconsciente de una Europa convulsa en plena entreguerra. Languidecía el positivismo y la esperanza de la idea utópica moderna de la ciudad como espacio para la realización personal y la superación de las tensiones. Los problemas de la urbe ya no eran los poetizados por Dickens, sino los del "Metrópolis" de Fritz Lang , que en 1927 redefinió el expresionismo de Murnau como alegoría cuasi marxista y trajo al debate cultural la inquietante problemática de la gran ciudad en la era de la máquina. En "El ángel azul" el símbolo de la naciente melancolía metropolitana era Berlín, la ciudad de los cabarets y los lupanares, en cuyos bajos fondos malvivían perdedores de todo pelaje y condición, que habían sucumbido al letal encanto del anonimato y oscuridad de la gran ciudad como refugio de los nómadas descastados. Ese lado moderno y romántico de la gran metrópolis tomaba cuerpo en la figura de Marlene Dietrich, la primera gran diva del imaginario cinematográfico europeo: cadenciosa, desdeñosa e inerte, desapasionada y magnética, misteriosa en su mirada imperativa.
Berlín definió en los años 30 su propio paradigma romántico: urbano, elegante, decadente y frío. Frente a la bohemia parsina y el empuje de las prósperas capitales americanas, la ciudad del Reich era el esecenario de las tensiones ideológicas y sociales de la incipiente cultura de masas. Se libraban muchas batallas personales en sus ruidosos y libertinos cabarets, cuyo lumpen se mantuvo décadas como precursor del inminente cine negro. Cuando Warhol contrató a Christa Paffgen, Nico, para su particular elenco de excéntricos outcasts, no hacía más que reclamar para su Nueva York el aroma neoromántico de la Dietrich y la Europa fría. En 1967 Berlín se lamía sus heridas en silencio, y Nueva York anunciaba el final de la utopía pastoral del hippismo.

2. Los dos Brian
En 1972 Lou Reed editó "Transformer" tras el convulso final de la Velvet. El disco estaba producido por su íntimo amigo David Bowie, omnívoro vampiro siempre dispuesto a contagiarse de las intuiciones de los más visionarios creadores de cada momento. Pero fue en 1974 cuando Reed dió el verdadero campanazo cultural que le convertiría en icono del rock trágico y nocturno, al editar el inolvidable y aterrador "Berlín", importante fracaso comercial cuya atmósfera oscura y suicida contagiaría al sector más erudito del rock continental, en crisis desde el pesadillesco final de la era hippy la ascensión del stadium rock.
Mientras, en UK el glam más fetivo y liviano copaba las listas y las portadas: eran los años dorados de T-Rex, Slade, Sweet, Gary Glitter o Suzi Quatro. Bowie, la superestrella del género, estaba sin embargo planeando dar un nuevo giro a su carrera y bajarse del carro del glitter antes de que éste terminase por convertirle en un cliché. Atento como siempre a cualquier pista en el zeitgeist de la que obtener información sobre el rumbo que dar a sus sucesiva mutaciones, David tomará como referente a los exitosos Roxy Music, la variante más sofisticada del glam rock.
Los Roxy estaban capitaneados por el snob Brian Ferry, elegante y templado símbolo de cierto dandysmo urbano, deudor de la estética del Interview que Warhol y Malanga habían lanzado en 1969. Ferry mezclaba en su estética y sus canciones la vida decadente de las celebrities, inmaculados trajes sastre, gafas de sol por la noche y corbata desabrochada, en un imaginario mucho más deudor de Bogart que de Jim Morrison: era el perfecto feo atractivo, divo de la estética anti-rockista, perfumado y sensual embajador a medio camino entre los burdeles y las grandes fiestas aristocráticas. Bowie tomará prestada la idea cuando, en 1975, decide sacudirse toda huella de Ziggy para reconvertirse en crooner soulero en el bonito disco "Young americans", siendo ya una superestrella planetaria en el zenit de la era en que las rock stars lanzaban televisiones por la ventana, destrozaban hoteles, se acostaban con top models... y se entregaban a la peligrosa seducción de la dama blanca. La estética de Ferry jugará un papel muy importante en la posterior genración de synth pop en las islas: su renuncia al aspecto callejero y fálsamente subversivo del pop pretérito, sentaría las bases del nuevo cool, cosmopolita y francófilo.
Pero en Roxy Music militaba otro Brian cuyo impacto en la carrera de Bowie sería mucho mayor que el de Ferry: me refiero a Brian Eno, erudito musicólogo cuyos vanguardistas métodos estaban más interesados en el incipiente rock alemán de la época que en el pop anglosajón a lo Top of the pops. Entre 1973 y 1975 Brian Eno publicará tres discos absolutamente fundamentales en la historia del rock ("Here como the warm jets", "Taking tiger mountain" y "Another green world") cuyo impacto revolucionaría la vanguardia británica y le situaría en la pole position del pop más avanzado de la época. Bowie en seguida intentaría hacerse con los servicios de Eno para dar un nuevo giro a su carrera, en un enésimo gesto de vampirirsmo mediante el cual escorarse hacia la introspección y romanticismo del kraut teutón a lo Tangerine Dream o Popol Vuh. Eno serviría de enlace con la nueva música alemana, y el mejor productor del que echar mano a falta de unos Ralf & Florian en las islas.

3. Hansa y heroína
En 1976, Bowie era una de las más respetadas, populares y exitosas estrellas del rock mundial. Cada nuevo traje que lucía era imitado por las legiones de devotos admiradores, sus declaraciones sentaban cátedra sobre lo que estaba bien y lo que no, y la crítica saludaba cada nuevo disco suyo como la obra maestra de su tiempo. Sin embargo, no todo era tan deslumbrante en la vida del ídolo: su progresiva adicción a la heroía y la cocacía estaban acabando con su salud y su lucidez en un momento en el que no podía permitirse el lujo de adormecerse en las sedantes y destructivas ensoñaciones de la dama blanca. Necesitaba dar un giro no sólo a su carrera sino tambien a su vida personal, y decidió mudarse su íntimo amigo Iggy Pop a la capital alemana: pretendía por un lado alejarse de los excesos y los flashes que le acompañaban en su cotidianidad londinense, y vivir asimismo de cerca el magnetismo y creatividad de una ciudad fascinante que comenzaba a despuntar entonces como el epicentro de un "otro rock" intelectualizado, vanguardista, europeo y frío que sin duda venía cargado de futuro. La mudanza de Bowie a Berlín supuso un giro copernicano en la cultura pop británica: era un gesto equiparable a una hipotética partida de Cristiano Ronaldo a una liga africana. De repente todos los focos apuntaban a Alemania, mientras Inglaterra empezaba a convulsionarse por el fenómeno del punk.
Berlín era en los 70 el def con cero de las grandes tensiones políticas y sociales de occidente. Dividida por el muro y plagada de espías de ambos bandos en la fase más tensa de la guerra fría , la ciudad simbolizaba el fracaso de la diplomacia y la melancolía intelectual de la Europa bipolar. Keyness versus Stalin, Macdonalds versus ajedrez. Tras el 68 parisino, en Alemania se escenificaban contínuas hostilidades entre grupos terroristas de todo pelaje, un sistema policial heredero del Reich, grupúsculos de ultraizquierda y contrabando de información a manos de los espías del gran capitalismo y de los oligarcas comunistas. Si la guerra fría era el conflicto más intenso de la época, Berlín ejercía de zona cero, y las heridas todavía abiertas de la gran guerra convertían a la ciudad en el símbolo de los grandes fracasos de las utopías ideológicas del siglo XX. Berlín era una ciudad siempre filmada en blanco y negro, allí nunca parecía salir el sol.
Poco se sabe de la vida personal de Bowie en aquella época, al margen de la cohabitación con Igyy Pop en un apartamento (¿antiguo comedor nazi?) cerca de Postdamerplatz y con vistas al muro. A Iggy le produjo sus dos mejores discos , The idiot y Lust for life, en el legendario estudio Hansa, cerca del apartamento y completamente ajenos al devenir de la todopoderosa industria musical inglesa. Siendo el propóstito de la singular pareja el superar su letal dependencia de la heroína, poca vida social pudieron hacer en el ambiente cultural de la ciudad, cuyos intereses no eran los de aquellos ingenuos turistas anglosajones. De hecho, previamente a su mudanza a Berlín el propio David había flirteado con la estética nazi y proclamado a los cuatro vientos su interés por la figura del Führer y su partido. Años más tarde, una vez hubo conocido en primera persona la ¿verdadera? naturaleza de la historia alemana, reconocería que aquel interés estético por lo nazi era completamente infantil y superficial, y su vida en Hansa le haría contemplar el asunto desde una perspectiva mucho más seria. Sin embargo, siempre trasgresor, Bowie recuperaría el espíritu cabaretero de su musa Dietrich a través de las figuras de dos transexuales: Amanda Lear (que había sido portada de un disco de Roxy Music) y Romy Haag: atención a los coros de este video en el que el divo aúna magistralmente el espíritu de Brian Ferry con el de Divine. En algunas entrevistas posteriores contaba que pasó aquellos años recorriendo la ciudad en bicileta, leyendo a Brecht en sus decadentes cafés, y empapándose de la atmósfera de aquel particular condensador cultural monocromo de las esencias de la Europa siempre en crisis.
El entonces adolescente Ian Curtis, fascinado por Bowie, caería rendido ante los tonteos de David con la ionografía del Reich, y ese morbo inconsiente y frívolo por el mundo Austwitz pronto se puso de moda entre los grupos arties de la isla. Bowie, como siempre, sería el primero en descolgarse del pop filonazi, que tardaría un lustro en alcanzar España. El Berlín de su trilogía era una ciudad íntima, interiorizada, que fascinaba por sus contradicciones contemporáneas y no por el recuerdo operístico del pasado nazi.

4. Tres discos tres
En aquella época, Kraftwerk eran el grupo más importante del mundo, sin hacer ruido ni copar los medios, pero asombrando a la cultura pop desde la provinciana Dusseldorf mediante obras maestras del calibre de "Autobahn" o "Trance Europe Express". Mientras UK veía a los Sex Pistols montar escándalos por televisión y la juventud se aborregaba invocando el amateurismo del punk, los alemanes estaban enfrascados en la definición de la música del futuro utilizando las máquinas y preparando una revolución cultural de otro calibre. Digamos que si el DIY permitió la actual proliferación de myspaces, Kraftwerk retomaban los ideales del modernismo de los años 20 adaptándolos al particular curso de sus tiempos: buscaban más una nueva utopía, que la pataleta tontamente nihilista contra el esquema cultural establecido. El punk significó la atomización del proletariado a través de la cultura del yo, mientras los alemanes buscaban una despersonalización del discurso desde el anonimato y la supresión del sentimentalismo individual. La colisión de ambos conceptos cristalizó luego en la cultura electro norteamericana.
En 1977 Bowie se encerraba con Eno para empezar a producir su impresionante trilogía berlinesa, en un harakiri comercial que sin embargo está considerado la cima cultural de su carrera y del Gran Bowie como icono para la posteridad. Esos discos retomaban el particular sonido del binomio Eno / Visconti filtrándolo a través de la sensibilidad modernista de David, y su impacto cambió la faz de la música de masas de los años 80: los singles que salieron de aquella época, fueron los primeros hits de pop sintético de la historia, y los referentes que utilizaban marcaron a toda una generación que entonces grababa sus primeros discos.
Olvidemos lo estríctamente musical. En Heroes, la atmósfera era la de la soledad y nocturnidad de las grandes metrópolis impersonales, donde el anonimato estaba cargado de melancolía. La ciudad de referencia era por supuesto Berlín, que pasaba a ser la capital del imaginario adolescente anglosajón: la Berlín mitológica era una urbe permanentemente nubosa, plagada de neones y trenes nocturnos, de gendarmes vestidos de gris y sucios graffitis políticos, donde almas en pena de cualquier origen buscaban su identidad entre heroína, ropa cara, multiplicidad de idiomas y tecnología punta. Una ciudad gris y decadente, dividida por el muro y víctima de la era de las grandes ideologías, que sin embargo poseía el fascinante hechizo del mundo del futuro.
Berlín, en la trilogía de Bowie, era un espacio de tragedia y espiritualidad, a medio camino entre la sordidez y la atracción por el lado oscuro, y donde siempre había que vestir de negro: fue la urbe que inspiró a Syd Mead para sus diseños del Los Ángeles de Blade Runner, y paradójicamente, ahora el hijo de Bowie se inspira en Blade Runner para la estética de un futuro film... que transcurre en Berlín.
El disco en sí es uno de los más radicalmente experimentales publicados por una estrella del mismo rango, fluctuando sin ningún tipo de cortapisas entre arriesgadas producciones de pop sintético, extrañas y melancólicas piezas instrumentales que evocaban paisajes desoladores, y por supuesto el versionadísimo tema que titula el disco. Al parecer, la letra de la canción está inspirada en una anécdota de Tony Visconti, músico de sesión y permanente colaborador del duque blanco, al que Bowie vió besarse con una chica de la Alemania del este: la heroicidad de los protagonistas reside en su necesidad de amarse tan solo por un día, al estar sus vidas separadas por el terror del muro. Todo el album está recorrido por una placidez abstracta e introspectiva, que funciona como un Rothko áspero y ténue en el que buscar los matices y ambiguedades del intenso romanticismo del Berlín mitico.
Los otros dos álbums de la saga, el estático y transitivo "Low" y el más accesible "Lodger", continuarían la senda de Bowie como trovador de plástico de un universo plagado de maniquíes, señales erráticas de telefonía, guitarras deconstruídas,ansiedad y electricidad estática. El título de Low referencia el estado letárgico de David en el proceso de composición y producción, al estar el divo inmerso en la fase más dolorosa del mono. Las referencias a Krafwerk y Neu! son constantes en las formas y sobre todo en el fondo: se trata de música distante y contemplativa, alejada del sulfúrico rock físico del Bowie glam, y mucho más afín a las elucubraciones metafísicas de la mística teutona. Son discos de una intensidad muy singular, urbanos y ensimismados, absolutamente deudores de la ciudad en la que fueron imaginados y construídos, y cuya estela icónica serviría como piedra fundacional del inminente movimiento romo, cuyo jugoso legado ha quedado reducido a los escombros kitsch de una prensa musical que todavía hoy contempla con recelo toda forma de expresión que se aleje de lo negro, sexy, callejero y amateur. El opus berlinés del tandem Bowie / Eno transitaba territorios formales diametralmente opustos a los del punk, e infinitamente más futuristas que el legado de sus contemporáneos Clash, por poner un ejemplo. La temática, el asunto de la trilogía, era la vida entre las masas, la cristalización de una nueva bohemia post-política y plural, mediante la cual el dandysmo proletario pudo edificar una poética aboslutamente moderna en sus detritus de tensiones globales, mercalización de la vida cotidiana, alienación de megalópolis y, bueno, desterritorialización como forma de vida. El Bowie berlinés fue uno de los primeros arquetipos de la globalización, en la ciudad en la que hubieron de resolverse los grandes dilemas idológicos y vitales del siglo XX.

5. Cristiane F y la modernidad de neón
El paradigma romántico de la época pasaba a ser el de la alienación, y la estética, la de la fría elegancia europea que Bowie promovió desde The man who fell to earth hasta Cristiane F. Precisamente este film, la sórdida y trágica historia de una joven yonky en Berlín, pondría punto y final a la fascinación de Bowie por la ciudad. A partir de entonces, mientras Europa entera era invadida por la moda neoromántica, el iniciador de la tendencia miraría hacia la prosperidad americana y la incipiente glamourización del dinero. El tránsito entre las dos tendencias (la nocturnidad teutona y el vampirismo económico norteamericano) tuvo lugar mediante otra película, la siempre recordada El ansia, que es algo así como la biblia cinematográfica de la cultura pop de los primeros ochentas. Está entera en youtube, y su visión es obligada para cualquier popólogo: la escena inicial con Peter Murphy cantando detrás de una cortina metálica en un club, es la más pura herencia de la variante más urbana y elegante de la tribu siniestra.
Ambas películas marcaron a toda una generación: la de los adolescentes fascinados por la estética berlinesa, que se dió en llamar muy acertadamente neoromántica. Ese espacio intermedio entre el estricto new wave y el synth pop ortodoxo tuvo su mayor esplendor en el tránsito entre los 70 y los 80, años en las que las referencias a Berlín en la cultura pop florecían definiendo un nuevo cool cosmopolita, frívolo, ascético y estricto. Bowie era el emperador de aquellos tiempos y los imitadores de su etapa berlinesa se multiplicaban en la escena, mientras cientos de one hit wonders tenían sus cinco minutos de fama apelando a la estética Heroes. La música disco resultaba obsoleta en los clubs de moda de Nueva York y Londres, donde fotógrafos y diseñadores bailaban maquinalmente a Kraftwerk mientras en los reservados se consumía heroía: así, al menos, lo cuenta la leyenda.
Passios cantaban I´m in love with a german filmstar, y Alphaville hacían lo propio con Summer in Berlin. Die russen kommen era el himno de los robóticos Berlín Express, y Dancing on the Berlin wall el mayor hit de los candienses Rational Youth, mientras los bizarros Berlin Blondes tuvieron su momento de fama con Science. Los propios Berlín, antes de poner main theme a Top Gun, abanderaron el género con Metro. La germanofilia era el tema central del pop, tendencia sólo amenazada por la fascinación que ejercía Tokyo: las capitales anglosajonas, en la era previa a los reagonomics, no tenían nada que ofrecer al imaginario colectivo.
Pero no todo eran grupetes de una sola canción: la generación neoromántica produjo un buen montón de grandes nombres de la historia del pop, la mayoría de las cuales adaptaron a su particular manera la obsesión de la época por el Bowie berlinés y su gélido encanto. Referencias constantes a los robots y los maniquís, a la alienación y el maquillaje, la vida nocturna en grandes urbes de neón y la elegancia del monocromo retro. Todo, bajo manto inquietante de la tecnología que invadía nuestros hogares con su peculiar sentimenalidad inerte.
Hay un buen montón de grupos y discos de la época que merecerían una escucha más atenta que la habitual e irrespetuosa mirada kitsch de cierto ochesterismo trendy actual que no se tomó nunca en serio los hallazgos de aquella generación. Gary Numan es una especie de Bowie de baja fidelidad, ingénuo y en ocasiones torpe, pero en sus discos hay un buen número de canciones recordables más allá de sus hits, muchas de los cuales tenían títulos acertadísimos. Los Japan de David Sylvan fueron una de los mejores bandas de los 80, y como legado dejan esa obra maestra de melancolía nocturna que es el live "Oil on canvas" y su impresionante himno Nightporter. De OMD hablaré en profundidad muy pronto porque su ejemplar discografía es de las más serias de las últimas décadas en Gran Bretaña. Ultravox siempre quisieron ser más Bowie que Bowie, y pese a más de un descalabro hortera, peinando su discografía encontramos un buen número de clásicos del synth pop más cerebral. Human League son mucho más que glitter y tacones, y su obra maestra "Dare" es un precioso disco de pop de plástico que deja con la boca abierta. Visage, supergrupo que aunaba el glamour teatral de Steve Strange al talento musical de Barry Adamson, Rusty Egan y Howard Devoto, tienen dos discos plagados de grandes canciones a la altura del ubícuo y esplícito Fade to grey (cuidado con este link: lo más encantadoramente hortera que he visto en mi vida). Y muchísimos otros grupos que en menor o menor medida (y con mayor o menor fortuna) intentaron empaparse de la sofisticación alemana a través de la cátedra de Bowie: Duran Duran, A Flock of Seagulls, Talk Talk, Eurythmics, Heaven 17, Depeche Mode y muchos otros.
Hoy en día no queda nada de todo aquello: el propio Bowie atravesó penosamente los 80 sin poder recuperar jamás la altura de su estancia en Alemania. Los grupos neorománticos son recordados como simpáticos e inocentes ejercicios kitsch, frente a la francamente dudosa respetabilidad de un rock alternativo que sigue manteniendo el mismo ideario que en 1970. El espíritu de gris europeo, glamouroso, sintético e impersonal, ha pasado a formar parte de cierto retrofuturismo entrañable, siendo la globalización una realidad consolidada, y habiendo olvidado todos el carisma pretérito de una ciudad semidestruída, dividida y románticamente gris, cuyos adoquines se conservan en museos de la RDA para que el nuevo ciudadano europeo pueda fotografiarlos con su ipod. La fascinación por la frialdad tecnológica ha sido anulada ahora que Google hace que las computadoras sean nuestras amigas, y el imaginario urbano de la década es el de Matrix: disfrutemos de estas metrópolis impersonales y sus encantadores espectáculos, intentemos surfear entre los simulacros en busca de un espacio que podamos llamar "hogar" y en el que dejar de ser, como habitantes, simples turistas. Just for one day...

10 comentarios:

  1. B U E NI SI MO CESAR.
    Claro que voy a decir yo que casi me quedo ahí...

    "Of all the things we've made..." Te la dedico.

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  2. Me ha gustado mucho el texto, no es fácil lograr explicar ese enmarañado árbol genealógico que es la cultura pop de las últimas décadas desde el epicéntrico Berlín, y, por momentos, hasta logras que uno se olvide del tópico oportunismo del Duque Blanco.
    Grande.

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  3. jajaja ambos ochenteros. más que reivindicar Berlín, me gusta reivindicar que en los ochenta había sensibilidad y no todo es risas y petardeo. ahora cuando alguien monta un grupo de sonido ochentas, lo hace medio de coña, cuando en realidad aquella gente hacía las cosas muy en serio. estoy ecuchando mucho OMD y sus discos del principio ponen los pelos de punta, voy a ecribir sobre ellos.

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  4. y por cierto, no me curré demasiado la redacción del texto pero sí los links a los videoclips, que es un recorrido por el synthpop que me ha encantado, buscar por el youtube esos temazos, me lo pasé bomba escuchando esos clásicos tan bonitos. Flipo con human league!!

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  5. El Pixo gordo de Victorete15 de noviembre de 2009, 7:19

    Yo siempre me tomé los eighties con seriedad, aunque con muchos petardos...
    Había caído en la pila de erratas de la redacción y me extrañó pero después del curro que te has metido no mola tildar esas gilipolleces, eso sí, sólo una e imperdonable aunque comprensible: "Trance europe express"...Dios santo!

    Vic

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  6. Telepatía: justo estoy preparando una entrada para el blog sobre Christiane F.

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  7. vic: hey es verdad, pero no lo cambio, queda pa la posteridá

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  8. Pa la posteridá queda la lista de lo mejor del año que acabo de subir a mi blog...Todo el día redactando, complilando , ordenando y subiendo a megaupload lo que para mi opinión que es lo mejor del año...seré masoca! También habrá faltas y demás pero paso: estoy hasta los webos de teclado, negrita, cursiva y de indagar en fechas, sellos y disco duro externo.
    Te prometí una sesión dub...pero creo que ésto te va a molar. Bájatelo y disfrútalo en conjunto (Son 300 y pico megas).

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  9. un cine hoy?
    o un café a las 20.30 por dónde tu casa o la mía?
    está la de "2012" en el puerto a las 21.00 y hoy es día del espectador...
    avisame con lo que sea....
    raquel

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